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Palabras del Presidente Juan Manuel Santos en el acto de balance del sector de infraestructura y vivienda

#AUDIO Balance del sector de infraestructura y vivienda – Presidente Juan Manuel Santos. 

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Quiero comenzar por agradecer al vicepresidente Germán Vargas Lleras por haber sido –por más de 6 años y 7 meses que llevamos de gobierno– un colaborador leal, eficiente y eficaz.

Lo fue como ministro del Interior y de Justicia, lo fue como ministro de Vivienda, y lo ha sido –desde el 7 de agosto de 2014– como vicepresidente de la República.

No me equivoqué al asignarle la responsabilidad de coordinar e impulsar las grandes obras de infraestructura, de vivienda y de acueducto y alcantarillado, que hemos venido haciendo en el gobierno y que el país necesitaba.

“Por sus frutos los conoceréis”, dice la frase bíblica. Y en esta ocasión los frutos –las obras– hablan por sí solos.

Felizmente, el Vicepresidente acaba de hacernos un balance muy completo de lo que se ha hecho.

Eso me excusa de realizar el recuento de tantas obras que están cambiando –para bien– la vida de los colombianos; mejorando sus condiciones vitales, y comunicándolos entre sí y con el mundo.

Al bajar a la mitad el déficit habitacional, y al lograr que –por primera vez– 5 millones 600 mil colombianos tengan agua potable y 6 millones 100 mil tengan acceso a servicio de alcantarillado, avanzamos en el cierre de la inmensa brecha social.

¡Y qué decir de la revolución que vive nuestra infraestructura de transporte! Una revolución que comenzó en agosto de 2010 cuando –con el entonces ministro Germán Cardona– nos propusimos reformar la institucionalidad y el sistema de estructuración y contratación de proyectos, para evitar la corrupción, las demoras y los inmensos sobrecostos del pasado.

Reemplazamos al cuestionado y corrupto INCO por la nueva Agencia Nacional de Infraestructura, con los más altos estándares técnicos y de transparencia.

Y así empezó este proceso de construcción, modernización y mejoramiento de autopistas, carreteras, vías terciarias, aeropuertos y puertos.

Colombia entera está en obra, y los colombianos comienzan a sentir los beneficios de transportarse por mejores vías y en menos tiempo, de poder sacar más fácilmente sus productos a los mercados, y de ver –por fin– que estamos superando el rezago en infraestructura que se venía acumulando por décadas.

Y lo hemos hecho –muy importante– con absoluta transparencia.

El sector de infraestructura es, a nivel mundial, uno de los más vulnerables frente a la corrupción, y por eso nos dedicamos a blindarlo desde el Gobierno y lo mismo ha hecho el sector privado desde la Cámara de la Infraestructura.

Lo que enfrentamos ahora es el caso de una empresa transnacional que tenía una división –¡una división completa!– dedicada al soborno en más de 20 países. Por eso, hay que poner las cosas en perspectiva.

NO podemos permitir que una manzana podrida nos haga olvidar el proceso de fortalecimiento institucional del sector, ni el esfuerzo que hemos realizado –y que ustedes, constructores, reconocen– para tener procesos de contratación y licitatorios pulcros, con múltiples participantes, a la vista de todos.

***

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A Germán y a mí y a todo el gobierno, nos ha tocado enfrentar –por no decir soportar– una oposición implacable y destructiva.

Muchos conocedores de la historia política colombiana sostienen –aquí veo a uno de ellos, el doctor Alfonso Gómez Mendez– que hoy se hace oposición con más saña que en los tiempos de dura confrontación liberal-conservadora, cuando Laureano Gómez aplicaba esa conocida estrategia de la extrema derecha populista, por no decir fascista: “calumniad, calumniad, que de la calumnia algo queda”.

Como demócrata, entiendo y acepto el ejercicio de la oposición, incluso de esta oposición cerrada que no ve una sola cosa buena en nada de lo que hagamos.

La hemos aguantado con estoicismo. Pero hay que reconocer que este tipo de oposición termina por hacer daño al país, por crear y expandir sofismas, mitos, “hechos alternativos” que no corresponden a la realidad… y que siembran pesimismo, escepticismo, miedo, incluso angustia, en las mentes de los colombianos.

Es increíble pero, de tanto oírlo, muchos juran que nuestro gobierno está lleno de comunistas y que se quiere llevar al país a lo que denominan el modelo castro-chavista. Incluso han llegado a llamarme el “comandante Santiago” –¡háganme el favor!–.

Es una acusación traída de los cabellos… ¡pero efectista!

Y valga decir que –por el otro lado– la extrema izquierda me acusa de ser un “oligarca neoliberal”.

Ahí sí, como dice el chiste: ni lo uno ni lo otro, ¡sino todo lo contrario!

He defendido siempre la doctrina de la Tercera Vía, que busca que las leyes del mercado operen hasta donde sea posible y que el Estado intervenga solo cuando sea necesario, para garantizar mayor equidad y dar oportunidades a la población más vulnerable. Y ese modelo nos ha dado buenos resultados.

Somos amigos de la empresa privada, del libre comercio y lo hemos fomentado, por ejemplo, dentro de la Alianza del Pacífico.

Creemos en las bondades de la inversión extranjera y la protegemos, tanto que el informe Doing Business del Banco Mundial nos ubica como el país de América Latina que es más amigable para el inversionista.

En fin, nada más contrario a ese pretendido modelo castro-chavista…

Otro “hecho alternativo”: que el nuestro ha sido un gobierno derrochador.

Les doy un solo dato: en medio del apretón fiscal de los últimos dos años, y a pesar de que mantuvimos los principales programas de política social, el gasto público el año pasado –como porcentaje del PIB, que es como se mide– fue inferior al del año 2009.

Otro mito… que la economía anda manga por hombro, y que acabamos con la confianza inversionista.

La realidad lo desmiente… Hace unos días nos visitó el número dos del Fondo Monetario Internacional, y dijo algo en lo que coinciden los principales analistas y la banca multilateral:

Que Colombia enfrentó con seriedad, responsabilidad y excelentes resultados las dificultades de los años pasados, incluido el choque externo más severo desde la gran depresión.

En efecto, la caída en los precios del petróleo representó una disminución del 20 por ciento de nuestros ingresos fiscales, a lo que se le sumó, entre otros factores, el peor fenómeno de El Niño de toda nuestra historia, que sufrimos el año pasado.

No solo superamos la tormenta, sino que lo hicimos con los menores efectos posibles sobre la inversión, el crecimiento y el empleo, comparados con los demás países.

Y en cuanto a la inversión… En los últimos años la inversión total de la economía ha rondado el 30 por ciento del PIB, un porcentaje que envidiábamos de los tigres asiáticos cuando comenzó la apertura económica del país a inicios de los 90.

Las calificadoras de riesgo no solo nos subieron dos veces la calificación, nos otorgaron grado de inversión, sino que Fitch Ratings, la semana pasada, mejoró de “negativa” a “estable” la perspectiva de Colombia.

¿Y qué decir de lo que se ha hecho en generación de empleo? Los hechos son tozudos y las cifras están para demostrarlo.

Bajamos el desempleo a un digito, como lo habíamos prometido en la campaña –así ha sido en los últimos tres años–, y en 75 de los 78 meses de gobierno se ha generado empleo: tres millones y medio de puestos de trabajo, por primera vez en su mayoría formal. ¿Cuántos países del mundo pueden decir lo mismo?

Y veamos otro mito… Que el país ha tenido un retroceso social.

Por supuesto que falta mucho, la desigualdad sigue siendo muy grande, pero los avances son destacables, muy destacables.

Desde 2010 han salido de la pobreza 4 millones 600 mil compatriotas –es una reducción de 12 puntos porcentuales–, y hemos bajado la pobreza extrema a la mitad.

Por fin comienzan a reducirse las brechas y, por primera vez en nuestra historia republicana, hay más colombianos en la clase media consolidada que en la pobreza.

Para ser más efectivos en nuestra política social, implementamos el Índice de Pobreza Multidimensional –que no la mide por ingresos sino por el acceso a las necesidades más básicas como servicios públicos, vivienda, salud o educación–.

Este índice lo desarrolló en Oxford el premio Nobel de Economía –que fue dos veces mi profesor– Amartya Sen, y con México fuimos pioneros en su implementación. Hoy lo usan más de 60 países.

Según este índice, en los últimos seis años la pobreza multidimensional se ha reducido del 30,4 por ciento al 20,2 por ciento, lo que equivale a 4 millones 100 mil compatriotas. Nuestro objetivo es bajarla al 17,8 por ciento para el próximo año.

Dicen que la salud ha empeorado… Es cierto que subsisten problemas financieros del sistema de salud y, sobre todo, en la prestación de servicios. Siempre es un tremendo desafío garantizar cobertura universal y calidad en el servicio a los usuarios en cualquier país del mundo.

Pero miren… Hace 10 años, la cuarta parte de la población no tenía aseguramiento en salud. Hoy tenemos cobertura universal.

Convertimos la salud en un derecho fundamental; acabamos con los pacientes de primera y segunda clase, y hoy todo colombiano, sin importar los recursos que tenga, tiene derecho –y puede exigirlo– a que se le dé el tratamiento que requiera.

Eso sí, tenemos que ser muy cuidadosos y ponderados en la aplicación de este derecho, para asegurar la sostenibilidad del sistema. Porque hay que reconocerlo: nos quedó un sistema demasiado generoso.

En educación, nuestra máxima prioridad, los avances son evidentes…

Por primera vez a la educación se le asignó –y así ha sido desde hace tres años– el porcentaje más alto del presupuesto.

Decretamos la gratuidad de la educación en los colegios oficiales del grado cero al once, hemos entregado 38 millones de textos escolares, y el acceso a la educación superior ha subido 14,5 puntos, superando el 50 por ciento, que era la meta.

Las pruebas Pisa y las pruebas Saber indican que nuestros estudiantes comienzan a mejorar en todas las áreas que se miden.

Estamos construyendo 30 mil aulas para tener jornadas únicas y tenemos a más de 30 mil pilos, de familias de bajos recursos, estudiando en las mejores universidades.

Además, lanzamos y convertimos en política de Estado el programa De Cero a Siempre, y ya llevamos un millón 250 mil niños en primera infancia con atención integral.

Y en tecnología y conectividad, otro tanto hemos hecho…

Nos propusimos conectar a todos los municipios a internet de alta velocidad, y hoy este servicio llega a 1.078 cabeceras municipales, es decir, el 98 por ciento.

Y hemos entregado más de 2 millones y medio de tabletas y terminales a los estudiantes más pobres en todo el país. Pasamos de un promedio de 26 niños por terminal ¡a 5 niños por terminal!

Y en política exterior, ¡Colombia es otro país!

Cuando asumí el gobierno, éramos considerados la oveja negra de la región; nos pedían visas hasta para visitar la más pequeña isla del Caribe; nos incluían en las todas listas negras como violadores de los derechos humanos; nos raqueteaban en los aeropuertos, y nos tenían bloqueada la aprobación de los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos y Europa.

Hoy es todo lo contrario.

Tenemos buenas relaciones con toda la región, nos quitaron la visa en 44 países, nos sacaron de todas las listas negras, nos aprobaron los acuerdos comerciales, nunca han venido tantos jefes de Estado, y el año pasado la revista más importante del mundo nos destacó como “el país del año”.

Hoy nuestro país es líder en muchos frentes, por ejemplo, en medio ambiente y desarrollo sostenible, donde impulsamos los Objetivos de Desarrollo Sostenible que adoptaron las Naciones Unidas y fuimos protagonistas de la discusión del Acuerdo de París sobre Cambio Climático.

Y estamos ya ad portas de culminar el proceso para ingresar oficialmente a la OCDE, algo que tendrá la mayor importancia para nuestro futuro, pues nos obliga a cumplir con estándares mínimos en la calidad de nuestras políticas públicas, económicas y de buen gobierno, y nos permite aprender y medirnos con los mejores.

Nos hemos convertido… ¡hasta en potencia deportiva!

La agenda legislativa de estos últimos 6 años ha sido la más transformadora de los últimos tiempos, tal vez desde las reformas de Alfonso López Pumarejo en los años treinta.

No los agobiaré con la lista de trascendentales leyes y reformas –varias de ellas que impulsamos con Germán–, pero basta decir que han ayudado a garantizar los derechos de una gran cantidad de colombianos: las víctimas, las mujeres, las personas con discapacidad, los trabajadores del servicio doméstico, las minorías que son objeto de discriminación…

Y también dicen –¡dicen mucho!– que acabamos con la seguridad democrática y con la propia democracia.

Yo me pregunto –yo me pregunto– si lograr un acuerdo de paz, que ha sacado de la espiral de violencia a un ejército irregular de siete mil hombres y mujeres, que ahora mismo se preparan para dejar las armas y volver a la vida civil, no es uno de los hitos más grandes en nuestra seguridad.

No nos olvidemos –¡no nos olvidemos!– lo que era vivir en guerra.

Yo me pregunto si tener las mejor equipadas y mejor capacitadas Fuerzas Armadas de nuestra historia es debilitar la democracia o atentar contra le seguridad de los colombianos.

Yo me pregunto si tener –como tenemos hoy– los menores índices de homicidios, de secuestros, de actos terroristas, por lo menos en los últimos 40 años, no es avanzar en la seguridad.

En el tema de la seguridad sí hay un tema actual que nos preocupa, que es el aumento de cultivos ilícitos, un aumento que puede explicarse por diversas razones, pero que no quiere decir que hayamos bajado la guardia.

El año pasado se incautaron 380 toneladas de cocaína –una cifra histórica– y, según lo que llevamos en estos meses, parece que este año volveremos a romper el record.

Nuestro gobierno ha extraditado a cerca de 1.200 personas, la mayoría por delitos relacionados con el narcotráfico, ¡más que ningún otro gobierno!

Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos y sacrificios, a pesar del impulso que representó el Plan Colombia, seguimos siendo el primer país exportador de cocaína del mundo. Nunca hemos dejado de serlo. Pero eso puede y va a cambiar… ¿Por qué?

Porque ahora, por primera vez –gracias al acuerdo de paz con las FARC–, podremos llegar a donde no llegábamos y dar una verdadera alternativa a los campesinos cocaleros, una solución estructural a las comunidades.

Tenemos en marcha un plan concreto y medible, con zanahoria y garrote. Así lo entendieron el Secretario de Estado Adjunto para Narcóticos y Seguridad de los Estados Unidos, William Brownfield, con quien estuve la semana pasada, y una importante delegación de senadores de ese país que también nos visitó hace unos días.

Lo que tenemos hoy es una gran oportunidad, una inmensa oportunidad, para atacar con más contundencia y eficacia el negocio del narcotráfico, que ha sido el combustible de la violencia y de la corrupción en Colombia.

Esperamos erradicar al menos 100 mil hectáreas de coca: 50 mil por erradicación forzada y 50 mil por erradicación voluntaria en desarrollo de los acuerdos de paz, y esa tarea estará coordinada por nuestro próximo vicepresidente, el general Óscar Naranjo.

El mismo Brownfield –que conoce tanto el tema y a nuestro país– dijo que no concebía a nadie más idóneo, con más experiencia y capacidad para esta tarea.

Apreciados amigos:
A este gobierno –que, en medio de tantas dificultades, con aciertos y errores, ha hecho lo que ha hecho– le quedan 17 meses, un tiempo en el que debemos consolidar e incrementar los avances sociales, económicos, de seguridad, internacionales, y de paz.

Porque somos totalmente conscientes de que no vivimos en un paraíso y que nos falta mucho, muchísimo camino por recorrer.

Pero es necesario que, como sociedad, partamos de una base diferente: no del negativismo, no de la confrontación, no de la descalificación a priori –que contaminan el espíritu nacional–, sino del optimismo, de la unión, de los aportes constructivos.

El papa Francisco nos visitará en 6 meses y viene para invitarnos precisamente a eso, a que dejemos atrás diferencias y demos “el primer paso” para el acercamiento y la reconciliación entre los colombianos, para que todos empujemos en la misma dirección, que no es otra que el progreso, el desarrollo y la paz de Colombia.

Yo los invito hoy –desde el fondo del corazón– a que dejemos a un lado, a que superemos la polarización y las actitudes populistas.

No soy ingenuo y sé que nos tocará seguir lidiando con mentiras y verdades a medias –más ahora que se avecina la campaña electoral–, pero no puedo dejar de tener esperanza en el ser humano, esperanza en los colombianos, esperanza incluso en muchos de los que se consideran en oposición.

El fin del conflicto con las FARC –¡algo que no soñábamos hace tan solo seis años!–, la estabilidad de nuestra economía, los avances en el cierre de las brechas sociales, nos muestran que estamos ante una oportunidad de oro.

De nosotros depende –¡solo de nosotros depende!– dejar de quejarnos y comenzar a aprovecharla.

En esta humanidad dominada en buena parte por el miedo –el miedo que lleva al desconocimiento del otro, a la exclusión, a la discriminación, al odio, a la violencia– tenemos que tomar partido por el amor, por la unidad, por la compasión y la tolerancia.

Lo digo de verdad. No son solo palabras.

Aquí están reunidos muchos de los líderes de Colombia –políticos, económicos, sociales–, y quiero convocarlos a que abramos una cruzada, no por este gobierno y por los logros que acabo de resumirles, NO… ¡POR COLOMBIA! ¡Por las inmensas posibilidades que tenemos si dejamos atrás las diferencias y nos unimos para hacer un mejor país!

Apreciado Germán: gracias, ¡muchas gracias!, por lo que ha hecho desde el Gobierno por Colombia. Y le deseo todo lo mejor en el futuro.

Y a ustedes, compatriotas, solo un deseo, solo una esperanza: que miremos el sol y no la oscuridad.

¡NO DEJEMOS QUE LAS SOMBRAS DEL MIEDO NOS IMPIDAN VER LA LUZ DEL AMANECER!

Muchas gracias

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