A 53 km al nororiente de Bogotá se encuentra Guatavita, un pequeño poblado de calles empinadas, rico por su biodiversidad en flora y fauna. Está rodeado de majestuosas montañas que se levantan a la vista de los transeúntes, el colonial estilo de sus casas, sus calles empedradas y su imponente represa de Tominé, que se convierte en la pincelada final que deleita a propios y visitantes.
La historia de la tierra de los Muiscas se enmarca en tres etapas que han sido transmitidas de generación en generación: La Guatavita ‘Muisca’, Guatavita ‘La Antigua’ y Guatavita ‘La Nueva’.
Rosa Elena Sarmiento Garzón, de la biblioteca municipal, cuenta apasionadamente cada uno de estos momentos que marcaron las memorias y los libros de la historia guatavitense: “La Guatavita ‘Muisca’, fundada por Miguel de Ibarra, el 18 de marzo del año 1593, nos transporta a la vida de nuestros antepasados. Esta tierra, que tuvo asiento al lado del cerro de Montecillo, fue madre de los fundidores del oro y labradores de la tierra. Los indígenas de la época adoraban la laguna sagrada, ese lugar que le dio vida a la leyenda de El Dorado.”
Años más tarde, en 1960, la historia de Guatavita dio un giro a una nueva época, una que muchos reconocen hoy como Guatavita “la‘Antigua’. Es allí, en esa página de la historia, donde se plasma, entre otras cosas, la llegada de la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá. Se da inicio a una obra de singular importancia para la economía y el desarrollo de la sabana: la construcción de la represa de Tominé sobre el municipio de ese entonces. En este punto, cercano a esta represa, fue donde cuatro años más tarde se daría inicio a la construcción del nuevo pueblo. Manos propias de esta tierra y de algunos foráneos, le aportaron a la antigua Guatavita un estilo que rompió con la tradicional y conocida arquitectura de la sabana de Bogotá.
En la transición de la Guatavita antigua a la nueva, este espejo de agua abriría sus puertas a cientos de visitantes para que se perdieran en un mundo natural, deleitándose de las riquezas de la madre tierra en lanchas, cabalgatas y la práctica de pesca deportiva, experiencias imperdibles que muchos buscan vivir en la hermosa Guatavita.
Este deleite, terminaría cuando las manos de algunos de esos visitantes, hombres voraces con ansias de poder, dieran inicio a la degradación de este tesoro natural, razón suficiente para que la Empresa de Energía, con el respaldo de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca – CAR, restringieran estas actividades y, finalmente, solo autorizaran los clubes náuticos.
Posteriormente, la luz del mundo conoció Guatavita la ‘Nueva’, una historia que comenzó con una mudanza el día 15 de septiembre de 1967. Aunque muchos nativos prefirieron emigrar a municipios aledaños, hoy habitan 6.898 personas en promedio, personas que se extienden a lo largo y ancho de sucentro histórico y de las quince veredas que lo conforman.
Guatavita invita a caminar por sus calles empedradas, a contemplar el infinito de sus riquezas y la armonía de su infraestructura. Su iglesia, Nuestra Señora de los Dolores, imponente y solidaria, guarda la plaza cívica, con sus grabados y símbolos en piedra. Y qué decir del manantial de historia reunido en el Museo Parroquial, donde se encuentran las reliquias importantes de su pueblo, junto con el Museo Indígena que recuerda los ancestros de esta tierra. Y aunque parezca extraño, está el cementerio; lugar frío y sepulcral, al que nadie quiere llegar, pero que, sin duda alguna, guarda muchas más historias por contar.