En Madrid, Cundinamarca, la historia del nuevo hospital de segundo nivel parece una novela sin final. Hace más de diez años se anunció su construcción con bombos y platillos. La inversión superó los $51 mil millones y, sobre el papel, debía transformar la atención médica en el municipio. Hoy el edificio está en pie, con salas, camillas, consultorios y equipos listos… pero sigue sin funcionar a plenitud.

El gran obstáculo tiene nombre: el contratista. Aunque municipio y departamento ya pagaron la planta eléctrica que permitiría su funcionamiento autónomo, esta nunca llegó. Sin ese equipo, el hospital no puede operar al 100 %. El incumplimiento se suma a un historial oscuro de retrasos en proyectos emblemáticos, como el edificio Bacatá en Bogotá y obras inconclusas en ciudades como Ibagué. La comunidad se pregunta cómo se eligió a una empresa con tantos antecedentes cuestionables para un proyecto tan vital.
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El dilema es complicado. Iniciar un proceso judicial podría congelar la obra por años. Por eso, la administración local intenta presionar al contratista mediante el diálogo, buscando resultados sin detener por completo el proceso. Sin embargo, la paciencia de los habitantes se agota.
Mientras tanto, las urgencias funcionan de forma parcial. Equipos de última tecnología permanecen guardados y algunas áreas ya muestran signos de deterioro por el abandono. Cada mes perdido implica menos capacidad de atención, pérdidas económicas y más desconfianza hacia las autoridades.
En medio de la incertidumbre, surge una luz de esperanza. Recientemente se conoció que la planta eléctrica ya estaría en camino al país. De cumplirse, el hospital podría abrir en los próximos meses. El concejal Cristian Hernández ha sido clave en la vigilancia de este proceso, denunciando irregularidades y exigiendo respuestas. Su presión mantiene viva la expectativa de que Madrid, por fin, tenga el hospital que tanto merece.
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